Hay algo que sabemos con certeza acerca de los árboles y es que, cuanto más profundas sean sus raíces, más firme y estable será ese árbol.
Nosotros, a diferencia de los árboles, no tenemos raíces.
Sin embargo, tenemos una fuerza central que nos hace buscar el estar arraigados.
Algunos de nosotros todavía seguimos intentándolo, pero para muchos otros, estar arraigados simplemente describe nuestra forma de ser.
Usamos expresiones como “él está siempre tan conectado y presente” o “ella siempre está calmada y serena” cuando nos referimos a personas centradas y arraigadas.
Metafóricamente hablando, sus raíces crecieron y se volvieron profundas y fuertes.
Ponemos a prueba nuestra estabilidad cuando nos sentimos presionados, empujados o cuando perdemos el equilibrio, del mismo modo en que los árboles se ponen a prueba durante las tormentas o los vendavales.
Al enfrentar nuestras tormentas, necesitamos que nuestras raíces sean profundas y capaces de mantenernos arraigados.
¿Pero cómo nos arraigamos?
Los árboles necesitan una combinación de factores para poder crecer altos y fuertes: un buen suelo, agua y viento.
Sí, viento.
Los árboles necesitan del viento para poner a prueba su resistencia, para asegurarse de que sus raíces se hayan desarrollado plenamente y que puedan soportar los vendavales más fuertes, una y otra vez.
En la vida, nos esforzamos por evitar los vientos o las tormentas, pero aun así, estos sobrevienen.
Nos sorprenden y, a veces, nos hacen perder el equilibrio.
Entonces, si sabemos que puede venir una tormenta, y que de hecho vendrá, la pregunta es: ¿qué tan profundas son tus raíces?
¿Cómo podemos fortalecer nuestras propias raíces?
Para estar arraigados en un buen suelo solo necesitamos tener conciencia plena, estar presentes.
Alcanzar el bienestar es como el agua para la persona como ser integral: a nivel físico, social, intelectual, espiritual, emocional y laboral.
Pero quizás, además de asegurarnos de recibir la cantidad apropiada de agua y nutrientes, necesitamos aprender de los árboles y recibir el viento con los brazos abiertos.
Aceptar que las tormentas llegarán.
Permitir que nos doblen y nos bamboleen.
Dejar de resistirnos.
Si, en cambio, permitimos que el viento ponga a prueba nuestras raíces, nuestra capacidad innata de hacerlas crecer se volverá cada vez más fuerte.
Estar arraigados es dejar que tus raíces penetren en el suelo, y que encuentres “eso” que te da estabilidad, en tiempos de tormenta y cuando llega la calma.
Las prácticas que nos permiten “estar arraigados” no son las mismas para todas las personas.
Poner la consciencia en la respiración, mirar atentamente una imagen específica, escuchar un sonido o una música o participar en una actividad, todas son formas diferentes de buscar estar arraigados.
No importa cuál prefieras (¡y tampoco son las únicas!), lo más importante es que trabajes en ello y lo descubras.
Que encuentres eso que te hace estar “con los pies sobre la tierra” y hacerlo parte de tu rutina.
Agregarlo a tu “caja de herramientas”.
Hacerlo una parte integral de ti, para que cuando lleguen las tormentas sepas exactamente qué es lo que te ayudará a que tus raíces se arraiguen aún más.
Si tus raíces son profundas, no solo podrás soportar los vendavales y las tormentas, podrás aceptar ser puesto a prueba, dejar que el viento te doble y te bambolee…
Pero que nunca te quiebre.
Que estén bien, Grace.